Caperucita Roja. Cambio de desarrollo.
Había una vez una niñita en un pueblo, la más bonita que jamás se hubiera visto; su madre estaba enloquecida con ella y su abuela mucho más todavía. Esta buena mujer le había mandado hacer una caperucita roja y le sentaba tanto que todos la llamaban Caperucita Roja.
Un día su madre, habiendo cocinado unas tortas, le dijo.
-Anda a ver cómo está tu abuela, pues me dicen que ha estado enferma; llévale una torta y este tarrito de mantequilla.
Caperucita Roja partió en seguida a ver a su abuela que vivía en otra ciudad. Al pasar por uno de los antros donde normalmente van sus amigos, se encontró con un “parcero” al que por ser muy promiscuo le llaman “lobo”, y él que tuvo muchas ganas de darle unos exagerados besos en todo su cuerpo no se atrevió, porque unos policías andaban por ahí cerca. Él le preguntó a dónde iba. Caperuza, que no sabía que era peligroso detenerse a hablar con el lobo, le dijo:
-Voy a ver a mi abuela. Hace rato no la veo, porque es muy cansona. Le llevo un montón de cosas para comer, chocolates y muchas cosas ricas. A y ropa a ver si se cambia esos harapos que tiene por ropa.
-¿Vive muy lejos? -le dijo el lobo con una mirada profunda y casi desnudadora..
-¡si! -dijo Caperucita Roja-, más allá del centro comercial, en la primera casa después de la autopista.
-Pues bien -dijo el lobo-, Yo quiero ir a conocerla; tengo que ir a hacer unas vueltas por la autopista. Vete tú por el centro comercial. Creo que yo llegaré primero.
El lobo partió corriendo a toda velocidad por el camino que era más corto, pues le había mentido a Caperucita y la muchacha por ingenua se fue por el más largo entreteniéndose en mirar ropa, mirar el último aparato de moda y en jugar con todos las máquinas del centro comercial. Poco tardó el lobo en llegar a casa de la abuela; golpea: Toc, toc.
-¿Quién es?
-Soy yo Música Alegría, Caperucita Roja -dijo el lobo, disfrazando la voz-, le traigo un montón de cosas que mi mamá dijo que le trajera.
La anciana sola, ya tenía una escopeta en su mano, aunque estaba muy enferma, sufría de una otitis en último grado y le era difícil reconocer voces, le gritó:
-Coge la llave que hay en la esquina de la ventana.
El lobo cogió la llave, y la puerta se abrió. Se abalanzó sobre la buena mujer y abuso de ella en un santiamén, pues hacía mucho que no gozaba de los placeres carnales con una mujer anciana. La mujer muy fatigada quedó debajo de la cama. El lobo en el lecho de la abuela, esperando a Caperucita Roja quien, un rato después, llegó a golpear la puerta: Toc, toc.
-¿Quién es?
Caperucita Roja, que no era tan ingenua, primero se asustó, pero creyendo que su abuela estaba resfriada, contestó:
-Soy yo la Hija de Marta no se acuerda de mí.
El lobo le gritó, suavizando un poco la voz:
-Coge la llave que está debajo de la ventana.
Caperucita Roja abrió. Viéndola entrar, el lobo le dijo, mientras se escondía con una enorme cobija muy harapienta:
-Deje todo por halla, y venga cuénteme como va en su casa acostada conmigo.
Caperucita Roja se desviste y se mete a la cama y quedó muy asombrada al ver la forma de su abuela en camisa de dormir. Ella le dijo:
-Abuela, ¡qué brazos tan grandes tienes!
-No sabes cuantos abrazos te puedo ofreces, hija mía.
-Abuela, ¡qué piernas tan grandes tiene!
-Por el ejercicio diario, hija mía.
Abuela, ¡qué orejas tan grandes tiene!
-Hay que mirar todo, de pronto me atracan, hija mía.
-Abuela, ¡qué ojos tan grandes tiene!
-Para saber que estoy a punto de probar, hija mía.
-Abuela, ¡qué labios tan grandes tiene!
-¡Para besarte mejor!
Y diciendo estas palabras, el lobo malo se abalanzó sobre Caperucita Roja y se la comió
Había una vez una niñita en un pueblo, la más bonita que jamás se hubiera visto; su madre estaba enloquecida con ella y su abuela mucho más todavía. Esta buena mujer le había mandado hacer una caperucita roja y le sentaba tanto que todos la llamaban Caperucita Roja.
Un día su madre, habiendo cocinado unas tortas, le dijo.
-Anda a ver cómo está tu abuela, pues me dicen que ha estado enferma; llévale una torta y este tarrito de mantequilla.
Caperucita Roja partió en seguida a ver a su abuela que vivía en otra ciudad. Al pasar por uno de los antros donde normalmente van sus amigos, se encontró con un “parcero” al que por ser muy promiscuo le llaman “lobo”, y él que tuvo muchas ganas de darle unos exagerados besos en todo su cuerpo no se atrevió, porque unos policías andaban por ahí cerca. Él le preguntó a dónde iba. Caperuza, que no sabía que era peligroso detenerse a hablar con el lobo, le dijo:
-Voy a ver a mi abuela. Hace rato no la veo, porque es muy cansona. Le llevo un montón de cosas para comer, chocolates y muchas cosas ricas. A y ropa a ver si se cambia esos harapos que tiene por ropa.
-¿Vive muy lejos? -le dijo el lobo con una mirada profunda y casi desnudadora..
-¡si! -dijo Caperucita Roja-, más allá del centro comercial, en la primera casa después de la autopista.
-Pues bien -dijo el lobo-, Yo quiero ir a conocerla; tengo que ir a hacer unas vueltas por la autopista. Vete tú por el centro comercial. Creo que yo llegaré primero.
El lobo partió corriendo a toda velocidad por el camino que era más corto, pues le había mentido a Caperucita y la muchacha por ingenua se fue por el más largo entreteniéndose en mirar ropa, mirar el último aparato de moda y en jugar con todos las máquinas del centro comercial. Poco tardó el lobo en llegar a casa de la abuela; golpea: Toc, toc.
-¿Quién es?
-Soy yo Música Alegría, Caperucita Roja -dijo el lobo, disfrazando la voz-, le traigo un montón de cosas que mi mamá dijo que le trajera.
La anciana sola, ya tenía una escopeta en su mano, aunque estaba muy enferma, sufría de una otitis en último grado y le era difícil reconocer voces, le gritó:
-Coge la llave que hay en la esquina de la ventana.
El lobo cogió la llave, y la puerta se abrió. Se abalanzó sobre la buena mujer y abuso de ella en un santiamén, pues hacía mucho que no gozaba de los placeres carnales con una mujer anciana. La mujer muy fatigada quedó debajo de la cama. El lobo en el lecho de la abuela, esperando a Caperucita Roja quien, un rato después, llegó a golpear la puerta: Toc, toc.
-¿Quién es?
Caperucita Roja, que no era tan ingenua, primero se asustó, pero creyendo que su abuela estaba resfriada, contestó:
-Soy yo la Hija de Marta no se acuerda de mí.
El lobo le gritó, suavizando un poco la voz:
-Coge la llave que está debajo de la ventana.
Caperucita Roja abrió. Viéndola entrar, el lobo le dijo, mientras se escondía con una enorme cobija muy harapienta:
-Deje todo por halla, y venga cuénteme como va en su casa acostada conmigo.
Caperucita Roja se desviste y se mete a la cama y quedó muy asombrada al ver la forma de su abuela en camisa de dormir. Ella le dijo:
-Abuela, ¡qué brazos tan grandes tienes!
-No sabes cuantos abrazos te puedo ofreces, hija mía.
-Abuela, ¡qué piernas tan grandes tiene!
-Por el ejercicio diario, hija mía.
Abuela, ¡qué orejas tan grandes tiene!
-Hay que mirar todo, de pronto me atracan, hija mía.
-Abuela, ¡qué ojos tan grandes tiene!
-Para saber que estoy a punto de probar, hija mía.
-Abuela, ¡qué labios tan grandes tiene!
-¡Para besarte mejor!
Y diciendo estas palabras, el lobo malo se abalanzó sobre Caperucita Roja y se la comió
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